26.5.05

Introducción al psicoanálisis

Tanto le afectó la depresión que su padre sufrió a los cuarenta años, y tanto le turbó enterarse entonces de que casi todos los hombres sufrían una crisis alrededor de esa edad, que desde muy pequeñito decidió que cuando llegase tan fatídico momento se psicoanalizaría (su padre había conseguido salir de la crisis gracias a un tal Dr. K. Varevedian). Siguiendo esa idea que nunca abandonó, y a pesar de encontrarse en uno de los momentos más felices personalmente y más fructuosos profesionalmente de toda su vida, el día siguiente al de su cuadragésimo cumpleaños, visitó al Dr. K. Varevedian y se entrevistó con él, y con él concertó dos sesiones semanales de 90 minutos cada una a lo largo de todo un año.

El día en que cumplía 41 años decidió no prorrogar el contrato con el Dr. K. Varevedian, ya que, tras un año de sesiones había comenzado a descubrir cuán simple era, y empezaba a deprimirse

18.5.05

Era desesperante

Era desastroso, desesperante. Rompió el despertador al intentar apagarlo, cayó al suelo cuando salía de la cama, resbaló en la ducha, se desangró afeitándose, se enredó con los pantalones mientras se vestía, y se derrumbó hasta tres veces; durante el desayuno tuvo que cambiarse de camisa en dos ocasiones (primero, el café con leche; luego, la mermelada de frutas de bosque). Salió de casa después de golpear violenta aunque involuntariamente mi pómulo con su frente al intentar darme un beso. Respiré aliviada y me puse a prepararlo todo.

Al cabo de un rato oí voces en la escalera, y una ambulancia llegando al portal (o la policía, no distingo el sonido de la sirena). Salí al rellano y no me sorprendí cuando mi vecina salió del ascensor, se me acercó llorando y me dio el pésame mientras me abrazaba. Parece que él había tropezado con el escalón del portal y se había dado con algo en la cabeza al caer, tampoco presté mucha atención.

Tal vez sea mejor así: no creo que él hubiera soportado volver a casa esta noche y no encontrarme aquí nunca más. Lo quería, pero era desesperante.

17.5.05

Septiembre

Me contaba el viaje de vuelta, la llegada a casa, sus sensaciones del principio de otoño. Prometía escribir una y otra vez hasta que nos volviéramos a encontrar.

Guardo aquella carta en una caja de zapatos vieja, con otros recuerdos de aquellos años.

Fue la única que me envió.

11.5.05

Sobre Morgenstern


La imposible realidad
(Die unmögliche Tatsache)

Palmström, ya entrado en años,
Llega a un cruce concurrido
Y es atropellado
Por un automóvil.

“¿Cómo (se dice,
alzándose y decidido a seguir viviendo),
“es posible tan mala suerte,
incluso que algo así haya sucedido?”

¿No es la Administración responsable
De la regulación del tráfico?
¿Acaso las normas legales
dan aquí absoluta libertad al conductor?

¿O más bien está prohibido
convertir vivos en muertos?
Simple y llanamente:
¿No soy el único posible cochero aquí?


Envuelto en vendas húmedas,
Examina libros de leyes,
Y pronto ve todo claro:
¡En ese lugar estaba prohibido el tráfico!

Y llega a la conclusión
De que su experiencia ha sido un sueño.
Ya que, razona acertadamente,
Lo que no debe ser, no puede tener lugar



No debemos fiarnos nunca de la certidumbre, de lo que tenemos por seguro e inalterable. Hay que recordar a Christian Morgenstern, “extraño poeta bávaro”, en palabras de Primo Levi, y a Palmström, el protagonista de su poema Die Unmögliche Tatsache (La imposible realidad). Palmström, alemán respetuoso del orden establecido, ciudadano ejemplar, es atropellado por un coche mientras camina por una calle en la cual el tránsito de coches está prohibido. Aturdido, dolorido, se levanta tras el incidente, y piensa: en esta calle no pueden circular coches, luego no circulan coches, luego no me han podido atropellar, luego no me han atropellado.

Aunque la metáfora parezca un recurso exagerado, el comportamiento de Palmström es una reacción bastante común; Morgenstern lo expresa así: nicht sein kann, was nicht sein darf; es decir, no puede ser lo que no está permitido, no es imaginable que algo prohibido forme parte de la realidad, que algo que nuestra moral rechaza pueda suceder.

Si alguien cuenta algo que implica que se dio una situación que consideramos aberrante en términos morales seguro que optamos por no creerla. Le sucede a mi abuela, persona conservadora de fuertes creencias religiosas: no puede creerse que la alcaldesa de mi ciudad, perteneciente al partido que ella vota (conservador, claro), sea homosexual y alcohólica.

Yo mismo no puedo creer, cuando materialmente es posible, que exista la tortura sistemática en las comisarías con cierto tipo de detenidos. Y no puedo creerlo porque me parece que no puede ser, y creo que no puede ser simplemente porque no debería ser.

Primo Levi interpreta la metáfora de Palmström aplicándola a su propia experiencia: ¿por qué el pueblo alemán no reaccionó ante las barbaridades de los nazis? ¿por qué hizo como si no viera lo que se perpetraba delante de sus narices? La respuesta no hay que encontrarla en la maldad de los alemanes, y sólo en parte en su miedo. Es posible que no vieran qué es lo que estaba sucediendo. Tal vez porque no quisieran, pero también hay que comprender que tal vez esta voluntad de no ver era inconsciente: simplemente nicht sein kann, was nicht sein darf.

Se trataba de una anteposición de lo que debe ser a lo que es, no como forma de actuar sino como forma de analizar la realidad: una curiosa manifestación de la racionalidad del hombre.


Gracias a Cide por su ayuda en la traducción.

Como una mosca en el cristal

Desciendes la estrecha calle que lleva del mercado a la alameda, y justo antes de llegar al cruce hay una pequeña puerta azul, con un ventanuco diminuto, que al inclinarte hacia delante queda a la altura de tus ojos. Llamas, abren (es un señor calvo, cara inexpresiva, tal vez algo triste, pero más bien inexpresiva) y entras. Buenos días, saludas. No recibes contestación. El hombre se retira, no sabes exactamente por donde. Ante ti tienes un pequeño pasillo, un pasadizo podríamos decir, por lo estrecho que es, y lo oscuro. Avanzas y poco a poco va llegándote el rumor de una música algo lejana, cada vez más claro el murmullo de voces y risas. Cruzas varias puertas, continúas caminando durante algunos minutos. Hay manchas de humedad en las paredes, el olor va creciendo; también el murmullo. La sensación de estar en un lugar cerrado como una tumba aumenta, pero al mismo tiempo te sientes cada vez más cerca de la multitud, de la fiesta. De pronto, el pasillo acaba: una pared gris cierra el camino. El hedor es insoportable, las voces te llegan como si te hablaran al oído. Golpeas la pared, quieres ir al otro lado, la acaricias, pruebas presionarla en distintos puntos, pareces una mosca en el cristal, es patético. Finalmente decides volver por donde viniste. El camino de regreso es más rápido, sobre todo porque aprietas el paso, quieres salir cuanto antes de este lugar. Atraviesas puertas, sudas, estás algo nervioso. El nervio mengua conforme avanzas y el pasillo se ensancha, la luz al fondo, la silueta del señor que te recibió se recorta contra el rectángulo de luz del día que entra por la puerta abierta. Ahora sonríe, pero notas algo de malicia en su expresión; parece insinuar: ya te lo dije. Te abre la puerta y te despide, adiós. Ahora eres tú el que no contesta. Sales a la calle, te estiras un poco, miras a un lado y a otro, optas por ir hacia la derecha. Pronto llegas a la alameda: está preciosa esta época del año.

9.5.05

Spiderman

Mi hermano debía de tener cuatro años. Yo tenía quince o dieciséis, sin que esto sirva de excusa. Estábamos en la casa de campo de mis abuelos, en un patio en el que solíamos jugar al fútbol. Había bastante gente, entre familia y amigos (se trataba de alguna celebración, no recuerdo bien) y yo trataba de captar la atención de los allí presentes –sobre todo, por qué no decirlo, de las muchachas de mi edad– dando toquecitos al balón sin que éste llegara a caer al suelo. Llegué a oír algún murmullo de admiración cuando me acercaba a los treinta.
Y entonces apareció mi hermanito, gritando, disfrazado de Spiderman, corriendo, emocionado. Su llegada fue celebrada con risas y palmadas, y en seguida se quedó con la atención de todos los que hasta el momento me miraban sólo a mí. Seguía corriendo, y, al pasar a mi lado, no sé todavía por qué, le puse una zancadilla. Yo ya estaba arrepentido antes de que tocara el suelo. Lo levanté, lo cogí de los brazos y le pedí perdón, unas cien veces. Él no lloraba. Sólo trataba de zafarse de mi intento de abrazo, y luchaba con rabia por golpearme. Una mueca, que intentaba ser una sonrisa, asomaba en su cara. No lloraba. Ojalá lo hubiera hecho. Ojalá hubiera ido a contárselo a mi madre. Ojalá me hubieran echado una buena bronca.
Seguramente hoy, doce, trece años después, no seguiría sintiéndome tan mal por haberlo hecho.

4.5.05

Morgenstern

Die unmögliche Tatsache
Palmström, etwas schon an Jahren,
wird an einer Straßenbeuge
und von einem Kraftfahrzeugeüberfahren.

"Wie war" (spricht er, sich erhebend
und entschlossen weiterlebend)
"möglich, wie dies Unglück, ja- :
daß es überhaupt geschah?

"Ist die Staatskunst anzuklagen
in Bezug auf Kraftfahrwagen?
Gab die Polizeivorschrift
hier dem Fahrer freie Trift?

"Oder war vielmehr verboten,
hier Lebendige zu Toten
umzuwandeln, -kurz und schlicht:
Durfte hier der Kutscher nicht-?"

Eingehüllt in feuchte Tücher,
prüft er die Gesetzesbücher
und ist alsobald im Klaren:
Wagen durften dort nicht fahren!

Und er kommt zu dem Ergebnis:
Nur ein Traum war das Erlebnis.
Weil, so schliesst er messerscharf,
nicht sein kann, was nicht sein darf.

 
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