23.6.05

El omnólogo

“Sucedió hace millones de años”, cuenta, “y yo estaba allí. Era el único ser humano; lo demás, dinosaurios y otras alimañas. Había un ruido constante, como de violentos movimientos de formación de la tierra y de constatación de la vida: continuos terremotos, erupción de volcanes, luchas entre animales… Y yo estaba allí. No sé por qué, ni en qué circunstancias. No recuerdo si iba vestido o desnudo, si tenía el aspecto que tengo en esta realidad o si me parecía más a uno de esos homínidos simiescos que aparecen en los libros de historia del colegio. El caso es que yo era humano, y era diferente a todos, aunque las diferencias eran meramente físicas: todos los animales parecían tan racionales como yo. Sin embargo, la principal diferencia entre ellos y yo es que yo tenía el papelito marrón. Y en el papelito marrón estaba la Respuesta (ya sabes a qué me refiero). El problema es que yo no podía leer. No sé qué clase de impedimento era: no sé si no sabía leer, si estaba escrito en un idioma desconocido por mí, si sufría en la vista esa torpeza tan característica de los sueños… El caso es que no podía leer el papelito marrón, y sin embargo, sabía que si lo conservaba conmigo el tiempo suficiente, lograría leerlo y conocer la Respuesta (y sabes de qué estoy hablando). Pero no lo logré. Un día, agarrado a mi papelito marrón (en esto sí que poseía una ventaja con respecto a los demás animales: podía coger cosas con la mano) me dormí junto a un triceratops con quien no me llevaba del todo mal (era de los pocos). Mientras dormía aquella noche, soñaba que el papelito marrón se volaba, y me veía a mí en el sueño, tumbado, durmiendo junto al triceratops, y el papelito marrón volando, vacilando en el aire conforme se alejaba. Y al despertar ya no estaba. Había perdido mi gran oportunidad de conocer la respuesta. Sin embargo, esta mañana me he despertado, en un mundo sin dinosaurios, pero todavía con ese ruido constante, aunque ya no de nacimiento, sino de destrucción, un ruido de final de un ciclo, un gemido de dolor del mundo, todo termina y estamos cerca… Y allí estaba el papelito marrón. Y aquí lo tengo junto a mí, abierto ante mis ojos, aún sin entenderlo. No sé si es un idioma extraño, o si ni siquiera es un idioma conocido, sino una especie de signos universales que, tengo la certeza, si espero durante un período de tiempo suficientemente largo, acabaré por entender”.

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