Supongo, y si no es así qué le voy a hacer, que todo el mundo se preocupa, se pregunta constantemente, si determinados hechos puntuales de su vida han sido decisivos para dar con un devenir absolutamente distinto de aquél que habría resultado si esos hechos puntuales hubieran sido diferentes.
Es evidente que actuar de un modo u otro en un momento concreto tiene consecuencias sobre el instante inmediatamente posterior. Pero no hablo de algo tan genérico. Tampoco hablo de obviedades tales como decidir en un punto de nuestra vida si aceptamos o no el puesto de bibliotecario en el departamento de Filología española de la Universidad de Columbia o de Antananarivo, o elegir entre el sí o el no ante una disyuntiva tan vital como una proposición de matrimonio.
Hablo de algo más sutil. De la diferencia entre decidir, un día determinado, y aprovechando que la noche ya tarda en llegar y la brisa es templada, que volverás a casa caminando en lugar de tomar el autobús, o, por el contrario que, cansado de trabajar y con ganas de sentarte en tu sofá y leer tus libros o ver tus películas o comerte un bocadillo de jamón y queso, subirás en el autobús como cualquier otro día.
Contra lo que pudiera parecer (el cambio en la rutina es lo que determina el cambio en el destino), decantarse por la primera opción no es lo que va a suponer ese radical punto de inflexión que el lector avispado lleva rumiando desde hace un par de párrafos (no hablo de ti, que lo lees ahora, hablo de otros lectores avispados anteriores y posteriores).
Y no es así porque tal vez sea al subir al autobús, como todos los días, cuando te encuentres con alguien que precisamente es quien va a introducir el esperado cambio, que no se produciría en caso de que, modificando el bendito pan tuyo de cada día, caminaras hasta casa.
Por otro lado, es posible que incluso tomando la decisión de subir al autobús no acaezca el mencionado giro del destino. Pero es posible que hoy, al contrario que el resto de veces en que vas hacia el fondo del vehículo y entierras la nariz en un libro, ocupes el asiento más cercano al conductor, sin ver quién más hay en el autobús y, así como antes parecía que de la caminata a casa vendría el tambaleo del futuro marcado que finalmente no tuvo lugar, es precisamente el hecho de haber elegido el primer asiento libre que has encontrado al subir el que permite ver que en la parada siguiente, uno de los pasajeros que espera ese mismo autobús es alguien a quien reconoces como un rostro de tu pasado.
Y el último giro: esa persona, que en este momento abona el precio del billete al conductor, en este otro momento hace ademán de ir a pasar de largo. Tras un segundo de duda, decides: Disculpa, ¿sí?, no sé si nos conocemos.
2.3.07
Azar
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5 comentarios:
Me has hecho pensar. Gracias :)
gracias a ti. eres la primera que deja un mensaje aquí desde que habilité los comentarios.
que además se trate de una paisana, pues mira, como que me alegra más todavía.
Te he leído en el blog de Manuel Rico y me ha encantado tu comentario, así que he entrado en tu blog, que también me ha gustado.
Volveré :)
¿Por qué no hablas de mí, en el cuarto párrafo? Me sentí un poco de lado ;)
(En el tercero se te coló un "le" delante de la noche, soy el watson de las erratas)
El relato me gustó...
M U C H O
Y sí, nos conocemos
¿Desde cuándo escribes?
cdlp
gracias por la corrección... ya está hecha, pero ahora te la hago yo: no erea un "le", sino un "el". jejeje.
nos conocemos?
desde hace muuuucho tiempo. no lo sabría decir.
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