Paul Ingram era, en 1988, presidente del Partido Republicano en Olympia, Washington, un carismático líder cristiano de la Iglesia del Agua Viva y ayudante del sheriff en la oficina local de policía. Un respetable hombre de orden, en definitiva.
Por ello fue sorprendente la denuncia que ese año hicieron sus hijas contra él. Le acusaron, entre otros cargos, de abusos sexuales, torturas, participación en rituales satánicos, y desmembramiento y degustación de bebés.
Tras un largo proceso interior que le hizo pasar de la sorpresa a la duda, de la duda a la aceptación de la posibilidad, y de esa aceptación a la absoluta certeza de los hechos, Ingram se declaró culpable de seis delitos de violación e ingresó en la cárcel.
Sin embargo, todas las acusaciones eran falsas. Ingram fue liberado en 2003, tras pasar casi quince años en prisión.
Como podemos ver en las versiones de la historia que se narran aquí y aquí, y que con menos detalle cuenta Carl Sagan en "El mundo y sus demonios", todo responde al mecanismo mental conocido como "recuerdo recuperado", casi siempre fruto del engaño mutuo entre el paciente y, generalmente (aunque no en este caso), el terapeuta. Pero vayamos por partes.
El último día del retiro espiritual, viendo a Ericka un tanto deprimida, Karla Franko sintió que el Señor le enviaba un cable de última hora que comunicó inmediatamente a la interesada: "tu padre ha abusado de ti durante años", le vino a decir.
Ericka volvió a casa y guardó silencio durante un tiempo. Sin embargo, al cabo de seis semanas habló con su madre y, sin mencionar la divina mediación de Karla Franko, le contó que su padre había abusado de ella durante las partidas de poker que celebraba en su casa con sus compañeros de la oficina del sheriff. La señora Ingram organizó una reunión familiar en la que su marido se declaró inocente (y también, por qué no decirlo, sorprendido). Sin embargo, Julie, de 18 años, respaldó la versión de su hermana. La respaldó tanto que aseguró que ella también había sido objeto de abusos.
Lo cierto es que el día siguiente que Ingram fue a trabajar fue arrestado por sus propios compañeros de la oficina del sheriff. Resulta curioso que quienes arrestaron a Ingram dieran credibilidad a la versión de las niñas, dado que existían numerosos indicios de que lo que narraban no era más que una patraña: en sus versiones había cambios constantes (como el tiempo en que los abusos habían tenido lugar o el carácter de las vejaciones); las chicas tenían un historial, obrante en la oficina del sheriff, de falsas denuncias relacionadas con abusos sexuales; las alegaciones susceptibles de ser probadas por hechos alternativos al testimonio de Julie y Ericka no obtenían respaldo alguno: ni lesiones, ni enfermedades de transmisión sexual supuestamente transmitidas de padre a hijas... Ni siquiera fue posible probar la existencia del presunto médico de California que, según refería Ericka, había tratado las mencionadas enfermedaes.
Lo cierto es que Paul Ingram se encontró con un verdadero dilema existencial: por un lado no podía aceptar que él hubiera hecho lo que su memoria y su razón no le permitían admitir; por otro, le era inconcebible que sus hijas, a las que él había educado siguiendo los diez mandamientos del Señor, estuvieran mintiendo.
En una sala de la oficina del sheriff fue interrogado por unos compañeros supuestamente comprensivos que, conocedores de la fuerza de su fe religiosa guiaron a Paul Ingram por una confesión llena de referencias a los caminos inescrutables de Dios y la posesión diabólica. El acusado, convencido de que sus hijas no podían mentir y admitiendo la posibilidad de que hubiera reprimido el recuerdo de tan horribles hechos, comenzó a "visualizar" (los testigos hablan de una especie de trance) los actos ominosos y a asumirlos no como creación fantástica inducida por factores externos, sino como propios recuerdos. En sus visiones, las vejaciones a las que sometía a sus hijas no coincidían en absoluto con los detalles que ellas narraban, pero la suerte estaba echada y no había vuelta atrás.
Ingram siguió visualizando, y en cada trance incluía nuevos detalles. Se acusó de haber participado en los asesinatos de Green River con la muerte de una prostituta en 1983, y convirtió los abusos sexuales en sanguinarias ceremonias rituales satánicas. Ericka dio por buena esta versión de los hechos y amplió el círculo de miembros del culto satánico y de delincuentes sexuales a algunas personalidades de Olympia: médicos, abogados, jueces. También incrementó la gravedad de los hechos, contando que había al menos veinticinco cadáveres de recién nacidos enterrados en el jardín de su casa, incluyendo su propio hijo abortado, fruto de la relación sexual con su padre, y contó que en ocasiones había sido clavada al suelo.
La historia crecía y crecía, y probablemente hoy seguiría creciendo si no hubiera sido por la intervención de Richard Ofshe, sociólogo de la Universidad de Berkeley que colaboraba en el caso como asesor de la policía de Olympia. Ofshe se dio cuenta, en su primera conversación con Ingram, de que éste tenía dos formas de recordar: cuando se le preguntaba por recuerdos ajenos a los abusos sexuales lo hacía de modo ordinario e inmediato. Sin embargo, cuando se le requería para contar alguno de los actos delictivos, entraba en una especie de trance, durante el cual rezaba y, según sus propias palabras, se envolvía en una "cálida niebla" en la que "revivía" los falsos hechos.
Ofshe llevó a cabo un sencillo experimento. Preguntó a las hijas si alguna vez su padre les había obligado a mantener relaciones sexuales entre ellas, lo que éstas negaron. Teniendo por lo tanto la absoluta seguridad de que aquello no había ocurrido, le contó a Ingram todo lo contrario: que sus hijas afirmaban que él las había obligado a mantener relaciones incestuosas bajo su atenta mirada. En un primer momento, Ingram lo negó. Ofshe le sugirió que pensara sobre ello, rezara, y se envolviera en la "cálida niebla". Al día siguiente Ingram hizo llegar a Ofshe tres hojas manuscritas en las que contaba el acto incestuoso con todo lujo de detalles.
La policía, cinco meses después del inicio de los interrogatorios, veía el caso derrumbarse. Por desgracia, Paul Ingram, que empezaba a dudar de la veracidad de sus confesiones, se veía en la tesitura de mantener su autoinculpación o soportar ver a sus hijas acusadas de falsa denuncia y falso testimonio. De modo que decidió mantener su confesión, lo cual le costó, como decíamos al principio, unos quince años de cárcel, hasta que un tribunal aceptó revisar su caso y le liberó de todos los cargos.
Es curioso como, a pesar de la falta de pruebas que dejaba ver la falsedad de las acusaciones (no se encontraron bebés enterrados, ni cicatrices en los cuerpos de las chicas -Ericka llegó a afirmar ante el forense que era virgen, después de culpar a su padre de violación y aborto, lo cual no tuvo efectos sobre la acusación-, ni síntomas de enfermedades venéreas), la superstición y el fundamentalismo religioso ("la más exitosa caza de brujas del estado de Washington", según uno de los artículos consultados) hicieron que un hombre inocente asumiera el recuerdo de la comisión de unos hechos atroces como propios.
Sirva como muestra de que no exagero lo que alegó el subjefe de policía ante la falta de evidencias físicas de la veracidad de los hechos alegados por Ericka y Julie y asumidos por Paul Ingram. Ante la observación efectuada por un colaborador acerca de la inexistencia de pruebas de que lo que se contaba fuera real, el subjefe contestó:
"Si tú fueras el diablo, ¿habrías dejado pruebas?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario