30.10.05

Jardin des Plantes

Recuérdalo, si vas a París: debes entrar por la puerta principal, no, la del río no, la más alejada del río precisamente, Jardin des Plantes, sí, por la puerta más alejada del río, prácticamente enfrente de la gare d’Austerlitz, debes entrar por esa puerta, que es la principal, tal vez no la más alejada del río, pero seguro que es la principal, entras y dejas atrás el museo, llegas al jardín. Si vas en la época del año que te he recomendado verás todo bastante mortecino (todo es marrón y amarillo, ya verás, es bonito), pero no es como el Bois de Boulogne: en el Bois de Boulogne está todo lleno de hojas caídas, húmedas, y todo huele a eso, a hojas caídas húmedas. Es un olor delicioso, aunque quizá sólo para mí, es uno de esos olores de mi infancia, a lo mejor a ti ni siquiera te resulta agradable, ese olor a humedad de las hojas caídas. En el Jardin des Plantes son muy aseaditos y las hojas las recogen, no, las cogen conforme caen de los árboles, antes de que toquen el suelo, sí, claro, es una broma, quiero decir que todos los días o casi todos deben de recoger las hojas del suelo porque apenas hay hojas en el suelo y los árboles están completamente desnudos, pero olvídalo, porque la avenida ancha del jardín a la que llegas después de pasar el museo no interesa (quiero decir que no interesa en lo que te voy a explicar, pero por supuesto es un placer pasear por allí, aunque sobre todo en primavera, entre extrañas flores y algunos animalitos de granja, y enormes cuervos).

Bueno, pues conforme pases el museo y enfiles el jardín, verás a la izquierda un invernadero bastante grande, en el que se adivinan, desde el exterior, siluetas de palmeras. A su derecha, un pequeño camino que sube. Es el camino que debes tomar, no, apenas sube; tal vez cuatro o cinco metros, y luego otros tantos de bajada; en verdad es una especie de barricada que separa la parte limpita del jardín y la más, digamos, salvaje. Pues te adentras en la parte salvaje (que no lo es tanto, ya verás como también es muy limpita, pero de algún modo hay que diferenciarla de la otra parte del jardín) y al final de ese camino que primero sube y luego baja verás, a la izquierda, una pequeña colina.

Comienza a andar por el sendero que sube en espiral hasta lo alto de la colina, sí, es en espiral, pero realmente no nota uno que va subiendo: simplemente parece que andes constantemente alrededor de la elevación, que repitas una y otra vez el mismo camino; sin embargo, al cabo de un número de vueltas indeterminado (tal vez tres vueltas a la colina, quizá siete: nunca consigo contar cuántas hay que dar, ya que mientras recorres el camino da la impresión de estar pasando todo el rato por el mismo lugar, sí, eso ya te lo he dicho), al cabo de unas cuantas vueltas, decía, de repente aparece, plop, como de la nada, esa extraña construcción de la que tanto te he hablado, es una especie de quiosco de metal verde, que no llega a estar completamente a cubierto y que está rodeado de bancos para sentarse.

Si miras hacia abajo, hacia el lugar del que vienes, no reconoces los sitios por los que acabas de pasar. Todo cambia cuando llegas ahí arriba. Dicen que el tiempo no pasa, porque es un lugar mágico.

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